Por @kikasanchezg
No sé si es la época del año, o la necesidad de contraste frente a las “grandes liquidaciones”, pero la proliferación del lujo parece ser la tónica durante esta época del año.
Nuevas revistas, nuevos especiales y muchas propuestas en torno a la exclusividad, a ser únicos y a darse gustos de aquellos.
La irresistible tentación de un par de zapatos italianos. De una cartera de cocodrilo. De un reloj de oro. De un diamante gigante o bien un auto intimidante.
Pareciera ser que le estamos perdiendo el susto a esos precios encapuchados detrás de un “Consultar en tienda”. O a la simple culpa de comprarse algo más caro que el promedio.
Las etiquetas ya no nos dan vergüenza y menos el poder acceder a ellas.
Pero qué pasa con el lujo intangible? Porque no me parece lujoso tener una Birkin a costa de 18 meses de garbanzos. O un Porshe en 72 cuotas. O una casa de 600 metros compartida con el banco.
Qué pasa con la popular frase “darse el lujo de…”
La globalización terminó con ciertos conceptos de lujo, pero trajo consigo unos nuevos. Hoy por hoy darse el lujo de una tarde libre, de dormir hasta tarde sin preocupaciones o de tener buena vista desde el departamento, se constituyen como elementos tan deseables como difíciles de obtener.
El gusto de una buena ducha, de un rico plato, de un vino conversado, han ido desplazando en forma paulatina a todo aquello que se pueda comprar en X cuotas sin interés.
El lujo intangible va en ascenso. El ser dueño de tu propio tiempo parece ser un objetivo trascendental. Y por qué no si al final se traduce en una calidad de vida superior que permite disfrutar con más ganas mi auto de carrera, mi partido de polo o mi cartera hecha a mano.
Los placeres cotidianos se han vuelto protagonistas y cada vez más valorados. Pequeños gustos, que hacen de la vida algo fascinante. Y ejemplos de esto hay miles: una marraqueta caliente al desayuno, acurrucarse en un rico plumón mientras se ve llover. O salir de la ducha y envolverse en una bata de algodón suavecito, una manicure completa y sin tener que volver a la oficina después… podría eternamente, pero me faltaría tiempo…
Y personalmente creo que el tiempo es un factor diferenciador. Tiempo para leer, descansar, caminar o hacer cosas con la gente que queremos, quizás súper simples pero que llenan el espíritu, se ha convertido en equivalente a una fortuna. El tiempo es oro, no hay duda, pero como dice una canción, también vale más que un Rolex.
martes, 10 de julio de 2012
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