
El editor me había encargado encarecidamente que uno de los temas fuera fotografiado con 2 modelos de color, o que se vieran lo más locales posibles; es decir, nada de rubias, ni colorinas, ni blancas.

Por una parte teníamos a una agencia que si bien era organizada, puntual y tenía un trato personalizado con las modelos, se notaba demasiado que apostaban más a la cantidad que a la calidad. Llegaron chicas gordas, flacas, altas, bajas, morenas y rubias… directamente de Rusia (¿?)… Y hasta niñas con frenillos fijos… Aparentemente todo podía servir!
Todos pensábamos que “eso era” hicimos una selección lo mejor que pudimos. Hablamos con la maquilladora y nos comentó los milagros que podía realizar. Asimismo el fotógrafo.

Elegir fue difícil, pero agradable, ya que estábamos entre lo bueno y lo mejor. No había donde perderse. Se notaba que no eran debutantes, tenían excelente presencia, carisma y desplante. La mitad del trabajo estaba listo.
Las elegidas fueron citadas a primera hora la mañana siguiente para empezar con el maquillaje. Lo interesante es que llegaron acompañadas: una por su hermana y la otra por su amiga, por un minuto pensé que el profesionalismo se había diluido, pero no fue así. Se instalaron en la pieza del hotel, vieron televisión y nos contaron de sus vidas.

Todas tenían un factor común: el origen marginal. Ninguna superaba los 19 años, y llevaban trabajando bastante tiempo en esto. Habían sido descubiertas cual Natalia Vodianova por un agente y habían entrado sin pensarlo en el mundo de la moda. Y paradójicamente, su flacura sería la herramienta que las sacaría del hambre y les ofrecería nuevas oportunidades.
La mamá de una amiga suele decir que la naturaleza es justa, pero esta vez me pareció un poco extremo. Por un lado eran modelos capaces de deslumbrar en cualquier pasarela; y por otra parte eran niñitas que gozaban viendo los esmaltes y sombras de colores que la maquilladora tenía en una de sus maletas (a tal punto que salieron todas con regalo!) Todo lo que veían parecía nuevo para ellas… hasta el control remoto!
A todos nos dio la misma sensación y sentimientos encontrados. Admiración de la belleza y ángel de cada una, y bastante lástima por la adversidad a la que se enfrentaban a diario. Honestamente no sé si las han tratado mejor de lo que las tratamos nosotros.
Un conocido DT de fútbol decía que para que su equipo triunfara, necesitaba jugadores con hambre. El hambre real sería lo único que los podía obligarse a dar el 120%. El hambre que ciega impidiendo ver más oportunidades. Esa garra que tiene el que sabe que es está jugando su única carta.
Ojalá que todos podamos ver las herramientas que tenemos al frente, y a pesar de no ser famélicos demos el 100. No dejemos que nuestra buena fortuna debilite nuestro nivel de exigencia. Y que tal como esas dos dominicanas preciosas, nunca dejemos de sentir la sensación de hambre, porque a diferencia de ellas, nuestras oportunidades nos las armamos nosotros mismos.
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